Hoy que es martes de marzo
todo el día: lunes
de arriba abajo el último de la semana
Hoy, toxoplasmosis, menta, día de paga, de asueto
solo quiero visitar las calles en donde habita la nada
Quiero volver a mi casa
echar el pestillo y cerrar las persianas
que no entren mas los ruidos de la plaza
la plaza, las risas, los llantos, los coches, los pájaros
Quiero estar solo
tener el color de un viernes
el interior de los grillos
lo que se esconde tras los abdómenes de las arañas
Hoy: martes
último de la semana
quiero escuchar el viento
un perro tendido al sol, un jueves
el musgo al amanecer
de hoy, que es la hora
donde mueren las olas rendidas sobre la playa
Hoy, que es martes
de cunetas sin dientes
hoy es el lugar y la hora:
-me debo más de diez años de ausencia-
mayo 31, 2011
mayo 30, 2011
Último sueño
Puede que prefiera entonces
echar el cierre, cortar la lluvia
y terminar para siempre con las aves moribundas
tendidas en las aceras
Puede que sea mejor
no volver a despertar
no tener ni ahora ni nunca
un minuto pendiente en la solapa
otra tarde de octubre en el bajo del abrigo
Solo las hojas, quizá el otoño
o las huellas de un perro vagabundo en el asfalto
detengan la huida, el viento
Puede que no vuelva a abrir los ojos
y sean los pasos de los perros
los que se inunden de nuevo
como plumas de ave diseminadas sobre la acera
Puede que deba descansar un minuto en el recuerdo
o para siempre en la caducidad de las hojas
barrido por el viento, borrado por la lluvia
Puede que la solución sea dormir para siempre
despertar otro día y abrazar entonces
otro marzo mas lluvioso
mayo 28, 2011
mayo 19, 2011
Los ojos de los sapos
Recuerdo cuanto disfrutabas saltándoles los ojos a los sapos
y aquellos insectos en una lata vacía
para sacarles las tripas
o ponerlos bajo la lupa
ellos se retorcían, crepitaban
querían escapar
y no podían y tu
tu, querías saciar esa curiosidad infantil y científica
Ahora que has crecido
yo no quiero escapar
solo puedo dejar que te diviertas
tiernamente conmigo
mayo 16, 2011
A través de la juventud se corre a prisa
no sin caer, no sin herirse las rodillas, las palmas de las manos
o alguna otra víscera en desgarros de relojería.
Pero la infancia –por tardía que esta sea- es más lenta
no acaba nunca
como unas vacaciones que duran siempre
o una tarde de verano que permanece toda la vida.
Es ahí, en ese lugar entre la niñez y la memoria
donde está quebrado el cuarto mandamiento sobre la mesilla de noche.
Junto a su cadáver, plegada,
la hoja del cuchillo que empuñé contra mi padre
durante un segundo toda aquella tarde de verano.
También, las palabras terribles que ahora no repetiré.
Y al lado, en un vaso, basten las lágrimas que vertió para que le perdonase.
No lo hice.
Sé que jamás se lo diré y que cada minuto que pasa
estoy más cerca del día en que no podamos olvidarlo.
Pero no me importa.
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