marzo 26, 2011

De todos los reflejos capaces en el ojo de una aguja, ella es una palabra. Ella, que no es nadie, es una palabra que puede cartografiar el medio de los sueños en un fonema de policarbonato. Y de todas las palabras, ella ha decidido posarse entre las asas de un paréntesis chino, lo ha ebonizado a fuego fatuo, se ha detenido alimentada por el placer, un fogón de la niñez, una rosquilla insepulta.

Puede ser que en ocasiones, la rosquilla, ella y su ojo, hayan viajado de lo fantástico al acero 18/10 urgiéndoles corregir el eje terrestre con un despacho de biodramína.

En resumen: ella es una palabra emergida de una fosa que hoy es un nido de alondras. En los días en que amanece Prusia y el ocaso se aventa con nebulosas clorhídricas, bajo los árboles, sobre la escala cromada, asoma su dicotilia por el trasunto de una madriguera; vuelve, vuela, salta, entoma, se enreda en contusos. Ha entendido como principio de todos los encomios, una chilostra.

Regresa de un largo paradigma.

Y entonces, reposa.

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