junio 06, 2009



Esperaba un taxi en la calle vacía
poblada solo de almas en pena
zombis de gala y no muertos que vagan
en busca de refugio y de conversación
(tienen la prisa de que no les alcance el día
para que no les despunte el alba)

No se encontraba bien,
al menos no bien del todo.

Su último caso se le había quedado
dormido en los brazos.
Satisfecha pero sin resolver.

Llovía.
Paró un taxi
que parecía el único
de toda la madrugada.
Subió.

Era Marlowe y deseaba llegar a su casa
(a su estudio, a su despacho, o a lo que fuera aquello)
para sacudirse las últimas migas de despecho
que le quedaban en las solapas.

Era el, era Marlowe. Y estaba vencido.

Y de pronto, como en las buenas películas,
como en las películas grises,
el taxista habló.
Y Marlowe lo entendió todo
y lo vio todo claro
y comprendió
que ya no había caso.




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