Lucía en las muñecas
dos preciosas cicatrices
dentadas de lágrimas de sutura
que le otorgaban la distancia
de haber vivido
y no haber sabido morir.
Hacían juego aquellos cortes
con sus ojos
color de estrella.
Ella era
la mas fría y mas bella
mujer distante
que jamás conocería.
Estaba allí.
Hermética. Inerte.
Detenida.
Híbrida de hielo y ceniza.
Era ella.
Y estaba muerta.
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